Trópicos promiscuos de Enrique Renta
Por la Dra. Mercedes Trelles Hernández
Trópicos Promiscuos reúne nueve pinturas de gran tamaño del pintor puertorriqueño Enrique Renta Dávila. A través de estos lienzos, el espectador puede asomarse a un mundo en el que se intercalan el paisaje y la abstracción, la voz del pintor y la voz de aquéllos a quienes debe callar para poder expresarse, la belleza y la necesidad de meditar sobre el oficio mismo de pintar.
Es difícil ser pintor hoy; probablemente siempre lo ha sido. Quien decide adentrarse en este oficio de tan larga trayectoria tiene que lidiar con el peso aplastante de una tradición milenaria. Más aún, el pintor de hoy sabe de sobra que en el contexto del arte contemporáneo su labor se mira con cierto escepticismo. Pero para Enrique Renta ser pintor es un compromiso intelectual y sensorial y su obra dista mucho de ser cínica. Por el contrario, en lienzo tras lienzo se percibe un enamoramiento de la factura misma de la pintura, una pasión por el espacio y sus enigmáticos matices.
Flat Blue 90 Degrees Clockwise fue la primera pintura que vi al visitar su estudio y fue la que más me sobresaltó. Luego me fui acostumbrando poco a poco al cambio que presentan estas nuevas obras en su trayectoria. Renta comenzó su carrera como pintor, aunque a lo largo de los más de diez años que lleva exhibiendo ha creado proyectos en diversos medios como el dibujo, la instalación o la fotografía. Sólo en los últimos años, sin embargo, se ha permitido el lujo, la libertad, de pintar a gran escala. Las pinturas recogidas en las muestras de la Galería Petrus, Fluido, y Tierra, eran obras de claro carácter expresionista, en donde dominaba el gesto, la mancha, el “drip”.
Flat Blue contrasta dramáticamente con su obra anterior; se le antoja al espectador como una pintura increíble, casi imposiblemente plana. Una primera mirada a Flat Blue deja claro que estamos ante un paisaje, aunque esa intuición, que también se experimenta frente a las otras obras de la muestra, como El último tren de Tokio a Hammamatsu, Plano secuencia para un Western tropical o Trópicos promiscuos, no está fundamentada en ningún aspecto específico del lienzo: ni en los colores, ni en el tratamiento del espacio. El conjunto, sin embargo, claramente despierta este recuerdo y, al hacerlo -por lo menos en el caso de Flat Blue-despierta resonancias del paisaje japonés, resonancias que se acoplan bien con la intención del artista de trabajar la pintura como si fuera gráfica, usando colores diluidos y flotas para aplicarlos. También hay ecos aquí de los paisajes de Monet. Estos últimos saltan a la mente por su capacidad de leerse simultáneamente como una obra plana, casi abstracta y como la representación de un paisaje a profundidad, característica que también posee este lienzo, como muchos otros de los presentados en esta muestra.
Ahora bien, si hay ecos de Monet en Flat Blue, la sensibilidad de las obras de Renta dista mucho del encanto atmosférico – a mitad de camino entre el “environment” y la decoración– del pintor impresionista. Lienzos como Sin título (Plano secuencia para un western tropical) marcan bien esa distancia. En esta obra, como en la anterior, predomina la construcción en bloques rectangulares de color; muchos de ellos se trabajan aquí con una textura seca y rallada que le da mayor profundidad a la tela, llegando a recordar las piezas recogidas de las calles y ensambladas por décollagistes como Raymond Hains o Jacques de la Villeglé. Al posarse sobre la obra, los ojos circulan de un lado a otro, buscando el orden, la compositio, una jerarquía que haga fácil la lectura. La circulación misma de la vista, la multiplicidad de puntos de referencia, marca ya esta obra como una de sensibilidad contemporánea, heredera de un mundo con demasiados estímulos, un mundo que ha visto surgir enfermedades como el déficit de atención.
El ojo tiende a viajar hacia el tope de la pintura, a un recuadro más amplio que los otros, pintado de un azul turquesa intenso que recuerda claramente al cielo. El ojo busca reposo y piensa que lo encuentra en este conato de paisaje dentro del paisaje, pero el pintor se le adelanta e incluye, dentro del recuadro, un rectángulo vertical pintado de rosa. De momento, el ojo se va; el paisaje descansado, casi natural, se convierte en un área plana de color y el recuadro rosa en un imán, un pozo, una puerta de escape a la profundidad. La velocidad de la movida es sorprendente; la sensación es la misma que si alguien hubiese quitado la alfombra de debajo de nuestros pies. No hay reposo; no puede haber paisaje natural y contemplativo, el ojo debe seguir tanteando, jugando entre lo plano y la ilusión de profundidad, buscando un asidero en la pintura.
La velocidad es un tema que rara vez se asocia al paisaje. Cuando pensamos en este género pensamos en silencio, meditación, belleza, balance. Sin embargo, la mayoría de nosotros experimenta el paisaje como una imagen pasajera vista desde las ventanas del automóvil, el tren o el avión, un espectáculo brevísimo al que, por costumbre revestimos de los atributos del paisaje contemplativo. Hay momentos dentro de esta exhibición, obras como Sin título (Trópicos promiscuos) o Paseo de Godel, que evocan ese paisaje de contemplación, sereno e introspectivo. Pero también hay piezas como El último tren de Tokio a Hammamatsu que transforman el paisaje, le añaden ritmo y velocidad. De hecho, El último tren es una pintura que sugiere inicialmente una inteligencia fílmica o de comics, pues al reducir el paisaje a franjas horizontales entrecortadas crea sinestesia: la mente imagina y complementa la pieza con los sonidos de un tren, con las interrupciones del continuo visual por puentes y demás elementos. Esa es tan sólo la primera impresión; al acercarnos a la superficie es evidente que Renta, una vez más, se enfrenta a la pintura con una seriedad pasmosa, que hace que se encuentren el gestualismo, contenido dentro de las pequeñas “ventanas” horizontales, y el control abstracto que se da en ese “fondo” crema que resulta ser aplicado por encima de las listas, es decir, resulta ser un “borrar” de su propia escritura. Hay aquí un juego interesantísimo entre qué es fondo y qué es figura, un pulseo por el control de la pieza y, además, una conciencia intensa del rol del lienzo crudo, del soporte, como teatro para la acción.
Si El último tren sugiere velocidad, The End (Concreto) es una de esas pinturas que, de primera mano, desconciertan. Frente al espectáculo glorioso de colores y texturas de sus otros lienzos, The End trae, de primera mano, recuerdos del pasado modernista de la abstracción: la geometría, la monocromía, la búsqueda de los absolutos. Se trata de una pintura a la vez rotunda e incómoda, que ubica claramente al pintor abstracto en un momento histórico más allá de toda certeza, de vuelta de todo proyecto utópico, formal o esencialista. Sin embargo, dentro de esa condición histórica, Renta se propone una pintura totalmente abstracta, que conversa no con el pasado modernista, como imaginé yo mirando la pieza, sino con contemporáneos como Guillermo Kuitca, demostrando una vez más cuán cargada está la vista de marcos de referencia personales y cuán absolutamente subjetiva es cada palabra escrita o pensada aquí sobre la obra de Enrique Renta.
Es de sobra sabido que la pintura es como el ave fénix: cuantas veces se anuncia su muerte, revive su espectro. Enrique Renta ha escogido ser pintor no sólo porque ama la textura y el color, el lienzo, su superficie, su extensión, sino también porque tiene un compromiso genuino con la idea misma de la pintura, sus condiciones de posibilidad, su capacidad de expresión. Hace poco me escribió un emilio donde me comentaba que para él pintar era como un juego de ajedrez: “Para mi es más interesante jugar al ajedrez, por días, y suspender el juego cuando logras un jaque a la reina”. Me parece que, ante las nueve obras reunidas en Trópicos promiscuos, estamos ante uno de esos jaques a la reina, un jaque que nos deja reconstruir paso a paso el juego y así compartir con el pintor el amor a la pintura como medio, como área de conocimiento y de placer.
La Dra. Mercedes Trelles es profesora de historia del arte en la Universidad de Puerto Rico, crítica y curadora independiente.